Las ventanas del mundo fueron visitadas. Aún su brillo majestuoso en la cima del poder divino, no pudieron derrumbarla. El viento de un río antiquísimo, traía del mar nuevos mensajes. Allí solo la belleza de la urbe, estética, fiel a su destino, mostraba la dulce sinfonía. Todavía la precisión de los recuerdos desviaba el cansancio en los talleres Triste de aquella calle de putas y bares de hediondos extranjeros. Vi llorar a los mendigos, vendiendo en la esquina los confites del jornal. Así los hombres de carrera en carrera esperaban con las manos abierta el últimoadiós.
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