En la plaza pública
los liberales y conservadores
se repartían el poder,
la perorata en el
cacique del pueblo.
Allí con su mano regia
el final de la democracia.
Aún en tiempo de violencia,
pregonan la pasión de los colores ideológicos.
Todo en el espacio íntimo de la oratoria por el pueblo.
Queda en el recuerdo
el umbral olímpico de la victoria.
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