Las lluvias han penetrado por un agujero del techo, la tristeza es permanente en las profundidades del ser. Un poder superior nos ameritan los pecados de la mente, aún siguen allí. Caen las gotas verticalmente en mis manos, el mundo se siente que ha cambiado y la ruta del diluvio está próximo ha invadir la avenida y los corazones de la gente se agitan, dando la impresión que nada será sanado. El odio es la premisa y hay que adaptarse a la irritabilidad y el desdén de los corazones.
Las colinas del pueblo adoran la ciudad desde aquí se divisa la panorámica la playa, las murallas, la pobreza, la industria y la opulencia de los edificios estadísticos esperando el maremoto que los aplasten y los entierren en la profundidad del mar.
Escribo y aquí están los libros por leer repasar capítulos enteros de cien años de soledad, se extravió ahora que fui a sacarlo del polvo dónde habría sido coleccionado. Tendré que prestarlo y comenzar la lectura atractiva de sus páginas y sumirse en su voraz fascinación.
Hoy volveré a los recuerdos más sutiles del pensamientos esos objetos imaginarios que se vuelan en las redes atormentadas de la mente.
Es un círculo de no terminar, el desespero cobija mi ánimo, tendré el tiempo suficiente para el inventario para aplazar los conflictos imperantes del espíritu. Por el momento dejaré de escribir... Leeré un poema de los poetas británicos en esa parte interesante donde dice: A lo largo de fosos dónde las moscas y hojas vencen la lengua, metidas en alguna sepultura.
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