Las
manos adormecen las noches en
caminos de abruptas alegrías, oran en los silencios de los yogas.
Cuando la mujer en el jagüey reposa sus nalgas, y los perros mueren en su vientre,
aquellos mangos de inviernos de esa fértil
tierra, y todos miraron por el espejo de sus bellos rostros.
En
tal condición aman la guitarra en el tatuaje de un antiguo ángel. Y, la espalda de Sol Atenea, símbolo de puntuados
ojos, acaricia las horas de majestuosos
sucesos. El suelo de acres olores, penetran en ellas, desbastan los enigmas que
procreaban la sensación migratoria. Allá entre la burguesía de las cosas, los
arboles daban frutos; ellas cocían sus ramajes en los delicados meñiques de los
pájaros; el gato dormía en los colchones del segundo piso.
Entonces
sus ombligos: Interpretan el rito de Quitumbe. Y la niña con sus palabras atendía el enfermo. Las
medias salen de los baúles, el rocío espanta la oscuridad.
Y sus pieles de divas se
confundían con los
objetos que yacen en las paredes
calizas.
Las
aguas se derraman en el libro de Krsna. Las tasas vaporosas, llegan a las palmas. Ellas juguetean en las camas,
las cabelleras significan la permanencia de los seres en la tierra. Los poemas
de los espíritus alegran los corazones y
sus sonrisas fueron eternas y la
madre y sus ojos penetran las líneas de una tarde de árboles
frondosos. Hizo una pregunta se quedo en
la piedra de su soledad obligada.
Al final los besos se
multiplicaron. Todo aquello, con
las luciérnagas quebró la intimidad de la noche. Con semejante
belleza en movimiento abrazan la curva, los peladeros, las hormigas,
cruzan los nidos de un lado a otro de
los linderos, sus cuerpos desnudos aprietan
el tiempo. La tentativa de sus pieles se
abrevió en un <<¡ todo bien!>> de sus animadas bocas.
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