Pronto el atardecer y mi tristeza se convirtió en una enfermedad.
Mi corazón en pleno verano aclaró cualquier duda por la alta presión ejercida en el pueblo.
El gato con su paciencia contemplaba con los ojos de océano la voluntad de la gente que se paseaban, conversando ante el último fallecido.
Aquí la gente no saluda, pero quien te saluda lo hace eternamente.
Te fuiste como loca quisiste atrapar el viento pidiéndole a Dios un amante seguro.
Ahora Goyo camina por la sala mirándome la desolación, el abismo del pensamiento, donde el ruido de los carros atribula el alma.