Bajo las sombras del
árbol Nim
donde los montes de María ahuyentan sus gritos
Por el ladrar de un perro
que aprisiona tú angustia.
Así quedaré incinerada para
la eternidad de los vientos.
Que las cenizas vuelen
hacia los hombres,
en su esplendor en descendente ternura.
Hasta que muera en el júbilo de tu cuerpo,
por las contiendas del amor después que las lluvias pasen por el caminito del
mamey.
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