Para que llorar si todo está consumido.
Sin piedad te fuiste payaso mío.
Un llanto que quiebra el alma.
En una ciudad perdida por la desolación y la pobreza del prójimo.
En este llanto de siglo. La vida no basta tenerla. Destino sin rostro.
Entonces el aire convertido en viento secaba mis lágrimas en el trascurso de la tarde de árboles, metidos por el sol en el jornal del obrero terco.
Pronto el viento se deslizaba hacia las sensibles casas y las gentes esperaban el turno contra el virus en un hospital de una fundación de un filantrópico.
Y todos seguían callados porque la época cundían muchos muertos y la soledad competía sanamente con la decrepitud de los pensamientos.
Pensar en ella abrír el portón de los recuerdos. Mientras las hormigas andaban por sus huecos llevando alimento a su reina en cautiverio.
Inclinado bocarriba preguntan dónde queda el caracolí y yo respondía fuera de San Pablo.
Y esa yerba con el viento me hacían adormecer la conciencia de la realidad negada a espalda por el canto de un pájaro.
Flota en su jaula de espejos olfateadores de sueños.
Aún veo pasar el avión imitando los pájaros prehistoricos y su canto repititivo, crespuscular en el invierno.
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