He de ver en la tarde la claridad de mis temores.
Los años pasan y las vírgenes brisas acarician el destino.
El pueblo, la ciudad y el espejo de la tía y el ritmo de una canción del viejo habitante que hace un poema.
Ha llegado el crepúsculo y así la alegría y las tristes noticias del país y aquellas violentas bullas de los fumadores de yerba.
Apuestan a matar el tiempo jalan entre brincos la angustia de ir a casa.
Está dureza del clima se hace tierna en las alas del saltamontes, chilla.
En los labios de la mariposa, las amapolas fluyen el anestésico rumor del transeúnte. Incita al berrinche de los pájaros en la avenida que conduce a la villa de los perros.
La voz ha disminuido por la tiroides pero se le ve recia en el vaiven de la rutina en los buses del barrio.
Su rostro no es de contienda, es sólo el andar de la vida y el armisticio de una victoria por encontrar el camino de la luz o del infierno.
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