Caminos sin rostros
bifurcan la fluidez de los espejos.
Acontecen en la quietud quizás observable de la vespertina derrota maligna de un cuadro poético.
Escribir. Nada hay que escribir.
Desquiciado por la vulgar existencia de bichos que pelean ideologías.
Oigo el ruido de la tarde avisando la desgracia del artista que pinta para rebuscar el hambre.
Entonces la rebeldía es un cuerpo abstrato que deambula por las calles y callejones sucios de mierda.
Pronto iré a tu ciudad y deprimido haré la señal de la cruz ante el Cristo de la paz.
Voy cruzando por el mercado y su olor nauseabundo me hace respirar pobreza y el desazón de otra palabra sin sentido.
La piel se cubre en cada piel de los ungidos, comen cebolla en el delirio estacionario de la muerte.
En esa remota evocación de la experiencia silenciaremos la palabra para siempre.