Otras putas se alejaron de ese lugar.
Gritaban simétricas
los cantos de la lujuria.
Amaban el placer de la carne
y esa oratoria de los sumos sacerdotes.
Y aún de los intrepitos gladiadores.
Que deambulan por el palacio
con sus bocas hediondas por el vino,
Suspiran la promesa del perdón.
Nadie le importaba sino matar
la congoja de la libertad.
Entre piedras y hombres la historia
de los reyes en decadentes imperios.
Deliraban con el olor de las piscinas
y la desnudez de las uvas.
Y esos tributos de no mirar atrás
los senderos de las rameras y las míseras ciudades y sus viajantes.
El esplendor auyentaba la venida del anticristo.
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