Habré muerto tal vez octagenario,
leyendo un libro en las aceras de la urbe.
Tú quizás anciana en un manicomio.
O decidas un suicidio rodeada con perros.
Mejor en esa decrepitud de la existencia,
seniles de la nada, legado al infierno.
O al cielo devoto de este museo de la apariencia.
Claro que si con los recuerdos de moteles y calles y restaurantes llenos de besos.
Perteneces a esa especie que tiene el privilegio de la inocencia.
Difíciles momentos con esta honestidad del corazón y la conciencia.
Nunca sentirás arrepentimiento debemos agradecer a la poesía por esta ermitaña vida.
Más adelante en el destino divino,
nunca olvidar que en el fondo del mar
las huellas estarán sublime con tu nombre.
Aún en la ciudad perdida por la memoria
nos buscaremos en el nido de la contemplación meditando en oraciónes, los cantos nómadas de la ausencia.
Ancianos en la resurrección de los huesos y el pensamiento.
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