Alguien en la soledad del avispero pudo captar la tristeza de los obreros.
Se reían de el constante martilleo, al compás del vacío, de la vida, encarnada en una tragedia en la propia voluntad de la existencia.
Todos en su ínfima opción de vida cantaban y el silencio seguía en sus mentes, del hierro y el cemento.
Y todos escuchaban el ómnibus de las paradas y bajaban los gringos a dar cátedra de sumisión por unos dolares.
Allí en ese momento se paraba el tiempo y el espacio de los oyentes, desembocaban en griterías de alabanzas y un padrenuestro.
Y no todos cantaban los ridículos ritos de dios, pero cantaban y gozosos reían en el cielo terrenal.
En los pasillos meditabundo del cielo y el infierno seguía a una realidad más material.
Armar lo desarmado, bosques de arrimadas chatarras que cundía el suelo de vástagos ríos de riqueza, en montañas mesiánicas de cobradas perversidades en depresivas yerbas.
Y todos y absolutamente todos cogian los instumentos ý marchaban por los oleoductos de la mente y la codicia, espantando los códigos de la limpieza de miles de escombros yacentes en las riberas del odio y la consciencia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario