Hoy pude ver tu rostro en la madrugada sutil como el rocío de la arboleda.
Alli el canto del gallo en decadente sinfonía.
Al despertar la gota de sudor rodaba en tu mejilla, simbolizando la estación seca del paisaje de las montañas.
La piel blanca de tu cuerpo despejaba la congoja de las últimas canciones de la radio.
El amor y la resequeda unían mis sentimientos en tu boca de jazmín al rodar la melancolía del crepúsculo.
Allá en la montaña de Nepomuceno, el sublime fogaje, donde de las mujeres con sus senos puntiagudos, deslumbran a los hombres.
En aquel kiosco sin sentido todos éramos felices en la dejadez de los micos, al saltar en los escombros del árbol Nim.
Población alejada de la excentricidad de la urbe, consumia en las esquinas la nostálgica tragedia del ser.
Marca el destino de la humanidad.
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