La rabia salía a brote,
me convertí en un ser
repugnante, inservible.
Ese estado me produjo la
insociabilidad, la rebeldía llegó a mi corazón destruido por el virus.
La conciencia desde ese momento
pudo ser ella misma, navega a los impetus instintivos: sociopáticos, esquinas inflexibles de la mente.
Acusar a quien del aislamiento,
la pobreza espiritual acechadora de los más importantes rituales del alma.
Un colibrí ahí vuela lo agarra en las manos, suave plumaje, idéntico a la verdad divina.
Entonces todo pasa por los pensamientos atrofiados por la monotonía y la melancolía.
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