Dentro de aquellas máquinas en la oscuridad el hombre creía encontrar lo supremo.
El cinismo de lo perverso. Pero también la reencarnación de lo sublime, en otra alma... Desde el cielo las columnas horizontales endosaba el olimpo. La belleza. Allí el destino las válvulas, el ciego.
Vigía eterno en lo imperfecto es indefinible lo humano.
Fisonomía del horario de la filantropía mezquina de lo absurdo.
El dolor del crepúsculo cuando las hojas caían en otoño. Caimitos de desechos, cuando los palos de robles mostraban en la ladera las intimidades invocadas en una perra amarrada en contra de su libertad.
Ana sublime de tu cuerpo de espermas diversas en el centro de una colina dictatorial.
Sucumbiendo la urbe en una linea recta. Desigual en el inodoro de los orines de devotas pasiones.
Talando la ecología de las flores dispersas se hunde los orgasmos en el caos perennes. El envés del níspero por un verano de erectos suelos.
Una habitación carcomida por el tiempo. Penes que atraviesan la trocha El Curubito y los confines de una caballeriza de sogas ancladas por un tiempo indefinibles.
Y allí mismo ruedan por el suelo los jabones de los corceles diezmados por el imaginario de la finca; cuando la luna de pecas heterogéneas ladran por el destino de cuantos participan del surrealismo de innatas hierbas en el coagulo lujurioso.
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