Esa tarde todo cambio.
Los humores mentales desecharon en el rancho el último suspiro de la lealtad.
Y la vulgaridad en el caminito el Curubito dió su estocada a la decencia de la feminidad.
Los niños miraron a lo lejos a la ciudad sumida en su antigüedad.
Yo asustado daba explicaciones a mi erecto pene. Que había sucumbido al terror de la promiscuidad.
Admirado por ser el número uno
se lesionó en los sueños impotentes de los Montes y segresiones de abundantes rituales.
Esta cita livida limpio mi conciencia solo era uno más en la colina del amor.
Está posición en las butacas unas hembras inquietas dispuestas a matar la evidencia en el sepulcro del silencio.
Jamás perderás la sutil arrogancia de las simétricas pasiones que ambas poseen en el ardid de la lujuria.
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